Es San Rafael uno de les tres santos mílites
de la corte celestial que nominalmente venera la Madre Iglesia y
destaca como dignos de veneración particular. Su historia está referida
en el Libro de Tobías del Antiguo Testamento. Se cuenta en dicho Libro
que el santo Patriarca Tobías de la Ley mosaica destacaba por su virtud y
temor de Dios, practicando todas las obras de misericordia y caridad.
Permitió el Señor, no obstante, que sufriera tribulaciones y trabajos:
fue cautivo en Nínive de Salmanasar, perdió sus bienes y hacienda y
hasta fue condenado a muerte por el rey Senaquerib, librándose de ella
mediante la fuga. Al regreso a su casa, dedicóse nuevamente a obras de
misericordia.
Fatigado un día del trabajo de enterrar a
los muertos, israelitas como él y víctimas de las iras del rey, quiso
descansar junto a una pared, cayéndole entonces en los ojos, mientras
dormía, inmundicias de un nido de golondrinas y quedando por ello ciego.
Sobrellevó con admirable paciencia y resignación esta prueba del Señor,
soportando hasta agravios y ofensas de su mujer y amigos, que se
burlaban y hacían mofa del poco provecho que sus penitencias y virtudes
le habían traído. “Todo ello le causaba profunda pena, por lo que rogaba
fervientemente al Señor auxilio y consuelo. Al mismo tiempo que Tobías
insistía en tales fervientes súplicas, una doncella llamada Sara, hija
de Raguel, vecina de Rages, ciudad de los medos, rogaba también a Dios
la librara de la desgracia que la afligía, con la muerte de sus varios
esposos, apenas contraía matrimonio. Oyó el Señor las oraciones de
Tobías y de Sara y envió a su Arcángel Rafael para aliviarlos.
Creyendo el anciano Tobías próxima su
muerte, llama a su hijo para bendecirle, darle sus últimos consejos, que
detalla prolijamente el Libro santo, y enviarle a cobrar a Gabelo, un
pariente suyo, residente en Rages, una deuda de diez talentos, que
otrora le prestara; a cuyo efecto vaya luego en busca de acompañante que
le guíe y dirija a Rages.
Obedece el joven Tobías y, al salir de casa,
encuéntrase con un apuesto joven que se le ofrece para tal viaje.
Preparado todo lo conveniente, emprenden luego ambos el camino. Tras la
primera jornada de viaje, aposentáronse a descansar en las orillas del
Tigris, circunstancia que aprovecha Tobías para lavarse los pies.
De repente un pez monstruoso sale del río y
ataca a Tobías; a las voces del joven, acude el Arcángel Rafael, que no
otro era el acompañante de Tobías, y le ordena que, abrazándose al pez,
lo saque del agua; y así, muerto el mismo, le dice que abra sus entrañas
y le saque el corazón, la hiel y el hígado, para servirse de ellos en
su tiempo; preparando el resto para alimentarse durante el camino cuando
de ello tengan necesidad.
Pasando por casa de Raguel y prendado Tobías
de la joven Sara, le dice el Arcángel la pida por esposa, pues no le
ocurrirá como a los demás maridos habidos por ella, ya que su corazón
era puro y no cautivo de la lujuria. Raguel aceptó a Tobías con grande
gozo y le dio su hija única, enterado por Rafael de que sería ahuyentado
el demonio, causante de los anteriores males, al cumplir el joven
Tobías las instrucciones que él le diera.
Entonces saca el muchacho un pedazo del
corazón del pez y lo pone sobre unas brasas encendidas en su aposento;
mientras, el demonio culpable, atado por el arcángel, era conducido por
el mismo a un desierto del alto Egipto, para que no perturbase más la
paz de Sara, que persuadida por Tobías, y siguiendo las instrucciones de
Rafael, se pasa la noche en oración para vencer así al enemigo.
Ana, esposa de Raguel, temerosa de que
ocurriera como las veces anteriores, envió una de sus criadas al
aposento de Sara, regresando ella con la feliz nueva de que los esposos
dormían plácidamente. Celebrado al día siguiente un gran banquete de
bodas, Raguel hace a Tobías cesión de la mitad de su hacienda, como dote
de su hija, transmitiéndole el dominio de la otra mitad para después de
su muerte.
Permanece Tobías en casa de Raguel por
espacio de dos semanas, mientras Rafael realiza el encargo del anciano
Patriarca, tan satisfactoriamente, que hace que el mismo Gabelo vaya a
casa de Raguel a pagar a Tobías la deuda y participar en el general
regocijo.
Sin embargo, en casa del Patriarca, la
tristeza era grande; Ana, madre de Tobías, lloraba su tardanza; y aunque
el anciano la consolaba con buenas razones, ella ascendía todos los
días a una cumbre para divisar el regreso de su hijo, llorando
inconsolable. Al fin, Tobías y su esposa Sara, aconsejados por Rafael,
emprenden el camino de regreso al hogar de aquél, con grande
acompañamiento de criados y después de haber recibido la mitad de la
hacienda ofrecida, en dinero, alhajas y ganados. Avanzado el camino,
Rafael insta a Tobías para que se adelante con él, anticipando el
regreso, diciéndole: «Lleva contigo algún tanto de la hiel del pez,
porque será necesario dentro de poco».
La madre, que observaba desde lo alto, al
divisarlos, llena de alegría, avisa de ello a su esposo y entonces el
perro, compañero fiel del joven Tobías que se ha acercado hasta ellos,
confirma en el más grande gozo y alegría el corazón de los ancianos
padres, ante la inminente llegada del hijo ausente, que les abraza
seguidamente, con lágrimas de gozo y satisfacción.
Dadas gracias a Dios y ofrecidos al Señor
sacrificios de adoración, toma el joven Tobías de la hiel del pez, según
su acompañante Rafael le previniera, y unta a su padre en los ojos,
recobrando éste entonces la vista, tan sana y perfecta desde aquel
momento, como si nunca hubiera padecido ceguera.
Bendijo nuevamente al Señor el anciano y
todos los suyos con gran alegría, que subió al límite cuando a los siete
días entraba Sara con sus criados y riquezas. Hubo grandes fiestas y
convites; y conociendo el anciano Tobías que todos aquellos bienes
procedían de la mediación y bondad del guía, cuya personalidad
ignoraban, dijo a su hijo: «¿Cómo podremos agradecer, hijo mío, los
bienes que nos ha prodigado este joven que ha sido tu guía?».
«Padre, yo no sé, respondió el hijo, qué
recompensa sea digna de él; que me llevó y trajo sano y salvo; cobró la
deuda de Gabelo; hizo que Sara fuese mi esposa, ahuyentando el demonio
que la atormentaba y llenando de gozo la casa de sus padres; me libertó
del pez y curó a vos, padre, la ceguera, para que vierais nuevamente la
luz del Cielo. Suplicadle, padre mío, se digne recibir siquiera la mitad
de todo cuanto hemos traído».
Creyólo muy prudente el santo varón; y
llamando a Rafael, le rogaron con encarecimiento se dignase aceptar la
mitad de los bienes recibidos.
Entonces San Rafael, desvelando su secreto,
les habló así «Bendecid a Dios del cielo y dadle gracias ante todo,
porque ha usado con vosotros de su misericordia. Yo soy el Arcángel
Rafael, uno de los siete que estamos delante del Señor».
Al oír esto, los dos Tobías se turbaron y, llenos de temor, cayeron en tierra.
San Rafael les dice entonces dulcemente:
«No temáis, porque cuando yo estaba con vosotros, estaba por voluntad de
Dios. Bendecidle y cantad sus alabanzas. Ya es tiempo de que vuelva al
que me envió. Vosotros bendecid siempre al Señor y contad sus
maravillas».
Dicho esto desapareció y no volvieron a verle.
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